Compárese -repito que pareciera extraño- un ojo cuyo cuerpo vítreo esté enturbiado, enfermo de catarata, de modo que debido a la opacidad no sirve como órgano de la vista, compáreselo con el ojo sano y claro. Precisamente, por el hecho de que el ojo sano funciona sin que, conscientemente, nos demos cuenta de su existencia corpórea, funciona abnegadamente, por decirlo así, dentro de nuestro organismo y, precisamente, debido a esto nos sirve como órgano de la vista. Para la vida común -no se trata de penetrar en los mundos superiores por medio de algo abstracto, dañino, sino de un modo saludable para la vida común- para ella todo nuestro organismo físico funciona como gran ojo opaco y, mediante los ejercicios de voluntad todo nuestro organismo llega a ser transparente. La voluntad se espiritualiza. Penetramos entonces en lo que se halla entre los dos pensamientos: entre el pensamiento que se propone el fin de una acción y aquel que observa la acción concluida. Al hacerse nuestro organismo plenamente transparente para el alma, penetramos en el mundo espiritual. He aquí de qué se trata. Como el ojo no existe para sí mismo dentro del organismo, así también deja de existir todo el organismo físico, si se sigue haciendo dichos ejercicios de la voluntad: en cierto modo el organismo se torna transparente. Y así como el organismo físico funciona de tal manera que por sus instintos, impulsos, emociones, y todos sus procesos orgánicos, abraza nuestros impulsos volitivos, haciéndolos opacos, sumergiéndolos en un sueño profundo, así todo ahora se torna transparente, tal como a través de su cuerpo vítreo todo lo material del ojo resulta ser transparente. Y como resultado de haber hecho de todo nuestro organismo físico un órgano sensorio transparente, hemos ahora desarrollado hasta un grado superior, una fuerza del alma, la que, yo sé, muchos no la quieren considerar como fuerza de conocimiento. Ciertamente, tal como ella aparece en la vida común, no se la debe considerar como fuerza del conocimiento, pero como se la desarrolla a un grado más elevado, se convierte en fuerza de conocimiento. Me refiero a la fuerza del amor. En la vida común, la fuerza del amor es el elemento que, como hombres, ante todo nos da valor como seres sociales. El amor es la fuerza más grande y más bella de la vida cotidiana, en lo individual y como amor social. Si lo desarrollamos a un grado más elevado, como esto se puede hacer por medio de los citados ejercicios de la voluntad y si, de la manera descripta, estos ejercicios conducen a que nuestro organismo se haga transparente, el amor se desarrolla a un grado más alto. Así, desarrollamos la fuerza para dar el paso a lo espiritual objetivo y, así, se alcanza el tercer grado cognoscitivo, que es el grado de la verdadera intuición, al que he llamado el conocimiento intuitivo.
La palabra intuición se usa también en la vida común -volveré a referirme a ella- pero aquí uso el término conocimiento intuitivo no como en la vida común sino en la forma como acabo de explicarlo. Se trata de un estado cognoscitivo en que el hombre se sitúa en lo espiritual, después de haber hecho su cuerpo transparente, convirtiéndolo en órgano sensorio. Y con este conocimiento se produce otra cosa más en la conciencia del alma: ahora somos conscientes de que con la voluntad, así liberada, el hombre puede vivir independientemente de la corporalidad. El hombre, mediante los pensamientos previamente intensificados, uniéndolos con la voluntad, en cierto modo vive fuera de su cuerpo; y esto le da la imagen-reflejo cognoscitiva del suceso de morir. Lo que con la muerte sucede: el hecho de que lo espiritual-anímico se desliga del cuerpo físico y que continúa viviendo en una existencia propia en el mundo espiritual-anímico, después de haber pasado el hombre por el portal de la muerte, esto se percibe como una imagen-reflejo cognoscitiva por medio del conocimiento intuitivo, al haber convertido, primeramente, en órgano sensorio todo nuestro organismo, por medio de ejercicios de voluntad. De la manera descrita, la inmortalidad reúne en sí la vida prenatal y la inmortalidad propiamente dicha; esto es, el hecho de que con la muerte física el alma no puede desaparecer. Lo eterno del alma humana se compone de la vida prenatal y de la inmortalidad. Se lo puede percibir por medio de la verdadera investigación antroposófica. Con ello, ante todo, se señala que el hombre aprende a conocer, por la visión, su propio ser eterno.
Pero cuando de tal manera el hombre aprende a conocer su propio ser anímico-espiritual, igualmente, se aprende a conocer el mundo circundante espiritual-anímico. Por el conocimiento inspirativo y el intuitivo llega a conocer el mundo espiritual-anímico, en que el alma vive antes de la concepción y después de la muerte: un mundo de verdaderas entidades espirituales. Así como ante nosotros se extiende el mundo sensible, al que percibimos por medio de los sentidos como el mundo en que viven los seres sensibles, así también ante el alma, que es consciente de su propia existencia espiritual-anímica, se extiende el mundo espiritual-anímico, del que hemos salido al producirse la concepción y el nacimiento y en el que volvemos a entrar a través del portal de muerte. Y así como de nosotros se desprende la propia corporalidad, también cesa lo que en sentido físico-corpóreo nos había unido con otros hombres y, en cuanto a nuestro ser espiritual-anímico, volvemos a encontrarnos con ellos. La inmortalidad, la morada en el mundo espiritual, se muestra efectivamente como resultado cognoscitivo. Además, para la visión que se puede desarrollar de la manera descripta, también se alcanza conocer aquel mundo espiritual-anímico que se halla escondido en la naturaleza espiritual, como lo están los colores y los sonidos en el mundo sensible, ese mundo espiritual-anímico que constantemente nos rodea y que no es posible investigar sobre la base de las leyes del conocimiento de las ciencias naturales, por medio del pensar abandonado a sí mismo. Y de por sí toda la naturaleza se nos presenta entonces como algo distinto de lo que ella es para la observación sensible. No como si la naturaleza exterior desapareciese en cuanto a sus cualidades y substancias materiales, sino que ella sigue existiendo para el conocimiento suprasensible, al igual que el hombre sano, dotado del sentido común, sigue existiendo al lado de la personalidad que se desarrolla por las fuerzas cognoscitivas superiores. Pero juntamente con la naturaleza exterior se nos presenta una naturaleza espiritual, suprasensible. Lo que parece ser una contradicción, lo voy a explicar mediante un ejemplo de tal visión espiritual dentro de la naturaleza. Para la concepción científica común, el sol con sus contornos se presenta en el universo. Por la astronomía y la astrofísica construimos el aspecto del sol en cuanto existe y actúa en el espacio físico. Pero para la investigación que se basa en las facultades superiores, tal como las he descripto, el sol se presenta además como algo bien distinto, pues se llega a saber que aquello que, en el espacio existe como el cuerpo físico del sol, no es sino el vehículo, el cuerpo de algo espiritual; pero esta espiritualidad se extiende por todo el espacio a nuestro alcance. Las fuerzas solares obran en todo este espacio y estas fuerzas fluyen a través de los minerales, vegetales, animales y nuestra organización humana. Estas fuerzas solares, en cierto sentido, se hallan consolidadas y concentradas en lo espacial-físico exterior del cuerpo del sol; pero, también, existen por doquier.
físico exterior del cuerpo del sol; pero, también, existen por doquier.
Así como llegamos a conocer la naturaleza exterior, expresándola mediante pensamientos abstractos y a través de la representación gráfica exterior, así también obra en lo profundo de la naturaleza espiritual de nuestro ser la base espiritual de la naturaleza. Si observamos los pensamientos abstractos en nuestro interior: son imágenes de la naturaleza física exterior. En cambio, si observamos lo espiritual del mundo exterior y si percibimos la fuerza solar en nuestro propio interior, sólo entonces llegamos a conocer nuestra organización, pues descubrimos la fuerza solar en la propia naturaleza humana, en todas las fuerzas que, intensamente, actúan mientras se desarrolla nuestro crecimiento; se trata de las fuerzas que, en nosotros, actúan durante la infancia, las fuerzas que, principalmente, emanan del cerebro y que, ante todo, son activas como fuerzas plásticas durante la niñez para formar nuestro organismo físico. Llegamos a conocer la expresión de la fuerza solar en nuestro propio organismo y conocemos, también, cada uno de los distintos órganos, a saber: el corazón, el pulmón, el cerebro, etc., en cuanto en ellos existe la expresión particular de las fuerzas solares. Los conocemos, a cada uno de ellos, con respecto a las fuerzas plásticas formativas en su relación con lo solar. Y no vacilo en describir, por lo menos en lo fundamental, todo esto que a los hombres de nuestro tiempo todavía les parece paradójico o fantasioso; pero se trata de resultados seguros de la investigación antroposófica.
Análogamente a como conocemos las fuerzas solares, también llegamos a conocer las fuerzas lunares; de la luna física conocemos los contornos físicos; pero las fuerzas lunares igualmente se extienden por todo el universo a nuestro alcance y estas fuerzas, a su vez, influyen en todos los reinos de la naturaleza, en lo mineral, lo vegetal, lo animal, como asimismo en nuestro organismo físico. En todo el organismo humano llegamos a conocer el íntimo obrar de las fuerzas lunares, las fuerzas catabólicas, las que son particularmente activas cuando nos encontramos en la fase evolutiva descendente, del envejecimiento. Pero estas fuerzas catabólicas, al igual que las fuerzas solares, siempre actúan en el proceso de la nutrición, tanto en la juventud como más tarde en la vida. Llegamos a conocer el hecho de que todo el cosmos influye en el organismo humano y esto, también, nos hace conocer todos los procesos que existen en el organismo humano, la relación del cosmos con la entidad humana. Y así como acabo de explicar lo fundamental de lo solar y de lo lunar, también es posible exponer otros aspectos cósmicos. De esta manera, se llega a conocer la relación entre la entidad humana y el espíritu de la naturaleza dentro del cosmos, de un modo más íntimo de lo que la ciencia común y la vida común la conocen.
Con lo expuesto, también, he arribado al punto en que es posible hablar de que la Antroposofía, si bien de la manera descripta se ha desarrollado como ciencia de lo suprasensible, no por eso deja de ser fecunda en cuanto a la vida práctica y en las distintas ciencias de todos los campos de la existencia. En primer lugar, he de destacar que, por el hecho de comprenderla en su relación con el cosmos, el conocimiento de la naturaleza humana se hace asequible en un sentido bien distinto de lo común. Ya el organismo físico humano se presenta, entonces, como una suma de procesos: lo que, comúnmente, aparece como corazón aislado, pulmón aislado, cerebro aislado, se convierte, de un modo antes desconocido, en procesos, en algo que va desarrollándose. Se llega a conocer que, de distintas maneras, en cada órgano actúan fuerzas constructivas, anabólicas, y fuerzas destructivas, catabólicas; así, se puede establecer una fisiología y una biología espirituales. Ante todo, dichos conocimientos resultan ser fecundos en el campo de la medicina, en cuanto a la patología y la terapéutica, la ciencia médica en general. Quien, de la referida manera, comprende el organismo humano, también llegará a conocer las fuerzas anormales anabólicas, esto es, los procesos proliferantes en el organismo humano, como asimismo las fuerzas anormales catabólicas, o sea, los procesos inflamatorios, etc., según sus causas. Además, con respecto a un anabolismo anormal, es decir, un proceso proliferante, por ejemplo, también se conocerá el proceso contrario por el obrar conjunto de lo solar y de lo lunar: se sabrá descubrir el correspondiente remedio en una planta, en un mineral. Se sabrá que un proceso proliferante en el organismo humano se relaciona con un proceso catabólico en una planta, un mineral y cosas parecidas. En fin, en vez del mero tentar en cuanto a los remedios, se alcanza un claro conocimiento con respecto a cómo todo lo que existe en la naturaleza puede obrar en el organismo humano a través de los procesos catabólicos y anabólicos y por los procesos cósmicos que actúan en todos los seres. Exponiéndolo en sus pormenores impresiona de un modo tan fecundo que, efectivamente, numerosos médicos se sintieron inducidos a interesarse por lo racional de tal medicina. En Dornach, cerca de Basilea, Suiza, y también en Stuttgart ya existen institutos médico-terapéuticos, bajo la dirección de especialistas, los que van introduciendo en la medicina lo fructífero que, por la investigación antroposófica, sobre fundamentos espirituales, se puede añadir a lo que la investigación exterior de las ciencias naturales es capaz de encontrar con respecto al cuerpo humano y los medicamentos. Ante todo es preciso afirmar: ni en este campo ni tampoco en cualquier otro la Antroposofía tiende hacia una oposición injustificada contra el método científico de nuestro tiempo. Por el contrario, la Antroposofía, correctamente concebida, tiene su fundamento en el método estrictamente científico y de ningún modo tiende a combatir la medicina tradicional, sino que únicamente desea ampliar su desarrollo.
Lo artístico es otro campo. La Antroposofía existe desde hace dos decenio (desde principios del siglo veinte). En un momento determinado, sucedió que representantes de la concepción antroposófica del mundo sintieran la necesidad de construir, para la Antroposofía, la casa propia. Debido a circunstancias que no hace falta explicar, este edificio se construyó en Suiza, cerca de Basilea. Podemos preguntar: ¿cómo se hubiera hecho esta construcción por iniciativa de otro movimiento espiritual? Ciertamente, dentro de otro movimiento espiritual se hubiera llamado a un arquitecto y éste hubiera creado un edificio, según el estilo del Renacimiento, rococó, románico o gótico, o bien, una construcción mixta; en fin, un edificio simplemente como marco exterior de lo que en él se lleva a cabo. La Antroposofía no lo puede hacer de tal manera, pues ella no quiere expresar ninguna teoría, nada que tenga que ver con el intelecto humano, nada que se podría realizar dentro del marco de un edificio cualquiera, sino que la Antroposofía se propone dirigirse al hombre como un todo. Del mismo modo que ella habla de todo el organismo humano como órgano sensorio, así también lo que, a través de ella, aparece en el mundo, es expresión de la totalidad del ser humano. No es imaginable que la cáscara de la nuez estuviese formada según otras leyes que las que forman la carne de la nuez. Algo parecido ocurre cuando la Antroposofía se propone construir un edificio, pintar, hacer esculturas, etc. Para crear el marco respectivo, se requiere que, en cierto modo, todo lo artístico emane de las mismas leyes en que se basan las ideas que, por la visión del mundo espiritual, se pronuncian desde el estrado. En virtud de ello, no se ha elegido un estilo arquitectónico común, ya existente, sino que se ha creado un estilo nuevo. Por imperfecto que se presente, se ha hecho algo nuevo. Se ha aspirado a algo que se puede caracterizar como sigue: en el edificio, construido en Dornach, la formación de cada pared, de cada columna, de cada escultura y pintura, debió ser la manifestación de lo mismo que las ideas que, desde el estrado, se expresan como Antroposofía y que, por la visión, se traen de los mundos superiores. La palabra que se pronuncia no es sino una forma por la que se expresa lo que, artísticamente, va formando el ambiente; todo está vertido en formas artísticas. Para dar la más íntima expresión de su teoría del arte, Goethe ha dicho: "El arte es una manifestación de las leyes ocultas de la naturaleza, las que, de otro modo, jamás se manifestarían"; y él ha expresado otra palabra significativa: "El que está por captar la revelación de los más íntimos secretos de la naturaleza, siente el profundo anhelo de su más digno intérprete, el arte". Este anhelo se siente más intensamente cuando, por la visión suprasensible, se revela en el alma el espíritu que obra en la naturaleza: lo que así se obtiene no son alegorías abstractas, antes bien, verdadera formación espiritual y, con ella, surge la sensibilidad con respecto al material para trasladar las formas espirituales a los distintos materiales como algo verdaderamente artístico. De tal manera, la Antroposofía va fecundando todos los campos artísticos.
En tercer lugar, se evidencia en la pedagogía lo fecundo de la Antroposofía, con nuevos impulsos para la vida. Al fundarse y al producirse el rápido crecimiento de la escuela libre "waldorf", en Stuttgart, esta nueva pedagogía ha sido descripta en muchas conferencias y en escritos. Se trata, precisamente, de transformar espontáneamente lo que la Antroposofía puede dar en habilidad, especialmente, en habilidad pedagógico-didáctica; pero no se trata de inculcar a los alumnos de las escuela ideas antroposóficas. En virtud de que la Antroposofía da un verdadero conocimiento del ser humano, proporciona, también, el fundamento espiritual para ejecutar lo que realmente existe como buenas máximas dadas por los grandes pedagogos del siglo XIX. Para la práctica pedagógico-didáctica es preciso poseer el verdadero conocimiento del ser humano; y si se conoce plenamente la totalidad del ser humano, constituido por cuerpo, alma y espíritu, será posible leer en la naturaleza del niño mismo el plan y los fines de la enseñanza, según todas las edades del educando.
Por último, y refiriéndome a otros campos más, quiero hacer constar que la Antroposofía, basándose en los conocimientos de todo lo concerniente al ser humano, también puede dar ideas fecundas para la vida social. Hemos visto que la aplicación unilateral del modo de pensar de las ciencias naturales llega a sus límites, sin poder comprender la verdadera naturaleza del ser humano, y que dicho modo de pensar tiene que surtir efectos destructivos cuando se vierte en los impulsos sociales. No creo que, en amplios círculos, ya existe el discernimiento libre de prejuicios para poder comprender cuán destructivo, para toda la civilización de la humanidad, resulta ser lo que, en el este de Europa, como consecuencia de la concepción que meramente se basa en lo natural, se ha convertido en realidad práctica como impulsos para la vida social y, al mismo tiempo, en ilusiones realizadas. Sobre toda la actual civilización se cierne, como una gran amenaza, lo que en el este de Europa ha tomado su comienzo destructivo. Si se profundizan también los impulsos sociales, pero sin basarse exteriormente en lo instintivo y lo meramente natural en el ser humano, y sin considerar las acciones humanas libres como meros instintos superiores, sino reconociendo la verdadera libertad espiritual del hombre como, según los principios antroposóficos he tratado de describirla, al principio de la década de 1890, en mi libro "La Filosofía de la Libertad", entonces se crearán impulsos sociales que tomarán en consideración la convivencia de los hombres, según la totalidad de su ser, y que podrán corregir y espiritualizar lo que, en la actualidad, se cierne como fuerza destructiva, cual un horrible espectro del futuro, sobre la civilización humana.
He mencionado algunos ejemplos para demostrar de qué manera la Antroposofía puede dar impulsos fructíferos para la vida. Si se considera libre de prejuicios la vida ética y moral, como en el referido libro "La Filosofía de la Libertad" he tratado de hacerlo, y de colocarla sobre una base segura, se encontrará el concepto de la intuición. En dicho libro, he podido mostrar que aquello que vive en la conciencia moral (en el fuero interior moral), se ha obtenido espontáneamente de los mundos espirituales, mediante una intuición inconsciente del pensar puro, esto es, mediante una inconsciente intuición moral. Los verdaderos impulsos morales, que surgen del fuero interior, son intuiciones morales provenientes del mundo espiritual, pero su verdad sólo se concibe por medio de los conocimientos inspirativos e intuitivos, como antes los he descripto desde puntos de vista antroposóficos.
Con sus conocimientos la Antroposofía también responde los sentimientos más íntimos y más importantes del alma humana; ante todo a la religiosidad. Decir que la Antroposofía quiere fundar una secta o una nueva religión equivaldría a una calumnia, pues al apoyarse en los fundamentos del conocimiento, como los he descripto, no puede propender a lo sectario, ni tampoco fundar una nueva religión. Pero a las distintas religiones y a los anhelos religiosos les ayuda, en un sentido favorable, mediante el conocimiento suprasensible; y se podría suponer que, justamente, los representantes de las distintas confesiones deberían sentir profunda satisfacción si, en nuestro tiempo, aparece una corriente espiritual que, a través del conocimiento, fundamenta lo que busca la fe. Tampoco se comprende que las autoridades de las distintas confesiones no consideren la Antroposofía como un fortalecimiento de la vida religiosa, sino muchas veces como algo opuesto. Si ellas llegaran a conocer la Antroposofía, según sus fundamentos, no meramente por un juicio superficial, podrían considerarla como el más firme sostén de la verdadera religiosidad y de la vida religiosa, pues is para la inquietud del alma, no sólo en el mundo de los sentidos, sino desde los mundos suprasensibles, se enciende la luz del conocimiento, esto no podrá influir desfavorablemente sobre la fe, sino que le da un fuerte apoyo de verdadera religiosidad y, también, en lo moral se abren para el alma poderosas fuentes de bondad. Para su actuar moral recibe el contenido, la seguridad y los fines de la vida, pues sabe considerarse como partícipe del mundo espiritual, así como el cuerpo físico forma parte del mundo sensible. Considerándose como partícipe del mundo espiritual, el hombre volverá a sentir su verdadero valor humano y alcanzará la verdadera ética y moral, dignas de un ser humano.
Permítaseme, por consiguiente, resumir mediante una imagen lo que he querido exponer como los fundamentos de la Antroposofía. Se nos presenta el ser humano, se nos presenta su corporalidad física, pero sólo conoceremos toda su naturaleza si nos damos cuenta de que su fisonomía es expresión de su alma; si consideramos sus movimientos como expresión y revelación de lo físico-natural de su corporalidad y si, a través de su existencia físico-corpórea, vemos translucir lo anímico-espiritual. Las ciencias naturales, plenamente reconocidas por la Antroposofía, en cuanto a sus designios justificados, nos dan en cierto modo los conocimientos del universo exterior. El conocimiento mismo de la naturaleza físico-sensible constituye algo corpóreo en su interpretación intelectual. Pero así como el ser humano sólo se nos presenta en su totalidad, si a través de aspecto físico-corpóreo se revela su ser anímico-espiritual; así también el conocimiento de la naturaleza se nos presenta en toda su amplitud, si a través de todo lo que la naturaleza nos ofrece como hechos, experimentos, revelaciones y sus propias leyes se expresa, como una maravillosa fisonomía, el conocimiento de un mundo espiritual-anímico. Para el cuerpo representado por el conocimiento que se nos presenta en las ciencias naturales exteriores, la Antroposofía quisiera ser al alma, el espiritual de un verdadero, amplio conocimiento del ser humano y del mundo.