La situación actual de la medicina
El enfermo, que hoy en día va a consultar al médico, espera obtener un pronto alivio de sus dolencias, porque está convencido de que prácticamente "existe algo" contra todas las enfermedades, como por ejemplo: gotas para el corazón, comprimidos que calman los dolores y otros "para los nervios"; espera que el médico subsane el "desperfecto" de la misma manera como él hace reparar su automóvil. Efectivamente, vivimos en una época que dispone de medicamentos tan eficaces, que hubieran resultado inimaginables treinta años atrás. Contrarrestar inflamaciones, tranquilizar estados de excitación, controlar las infecciones, calmar dolores y dominar complicaciones mortales son resultados casi seguros de la farmacología moderna. Hasta el individuo al que le hayan extirpado ambos riñones puede seguir viviendo, ya que existen riñones artificiales. El diabético, gracias a la insulina, puede llevar una vida (casi) normal, etc. Constantemente, se crean nuevos medicamentos de efecto más rápido, más intenso y prolongado.
Todo esto da la impresión, no solamente entre los legos, de que así como ciertas enfermedades han sido erradicadas definitivamente y otras se controlan fácilmente, también será posible solucionar, dentro de pocos decenios, los problemas aún pendientes. Sin lugar a dudas, la Medicina actual ha logrado numerosos éxitos en su lucha contra las enfermedades; sin embargo, hay que ver claramente en qué se basan dichos éxitos. Hacer un riñón artificial ha sido responsabilidad de la técnica; desarrollar y fabricar productos medicinales eficientes un logro de la investigación química; para construir nuevos aparatos medicinales se han aplicado leyes de la física; vale decir que gran parte del progreso de la Medicina se debe no tanto al arte y la habilidad del médico mismo, sino más bien a resultados de las ciencias naturales, la tecnología, la química y la física.
Naturalmente, hemos de aprovechar los resultados de las distintas disciplinas de la ciencia natural; pero la Medicina, cada vez más, se ha subordinado a ellas, perdiendo y negando así su propia esencia. El que sufre las consecuencias de esta evolución, por o ?a pesar de" los éxitos obtenidos en el campo de la Medicina, es el enfermo, es decir el ser humano, al que ya no se considera en su integridad; esto, por otra parte, tampoco sería posible meramente desde el punto de vista de las ciencias naturales.
Es obvio que, como resultado de esta evolución, el hombre ya no es capaz de adoptar una actitud interior frente a su enfermedad o de comprender el sentido de ella, de modo que la considera tan sólo un problema técnico, un desperfecto que ha surgido sin su participación y que, de igual manera, debe ser reparado por el mecánico sin la colaboración del paciente. Esto es muy comprensible, ya que la Medicina actual también califica a la enfermedad como "error metabólico", como "mando defectuoso" o "autorregulación bloqueada", etc. Pero nadie se pregunta quién es el que comete el error de coordinación.
La Medicina de nuestros días está unilateralmente orientada hacia las ciencias naturales. Las facultades específicas del médico, su "ojo clínico", su intuición en el diagnóstico, la comprensión de la individualidad del enfermo, de su destino, su constitución, etc., se toman mucho menos en consideración que el diagnóstico obtenido a través de costosos aparatos. Naturalmente, ningún médico rechazará los refinados recursos que se le brindan para el diagnóstico. No obstante, hay que ver claramente que éstos sólo debieran tomarse como un elemento más que acompañe las facultades médicas, antes mencionadas, pero que no las sustituya. Allí radica, actualmente, la desviación unilateral dentro de la Medicina, con la opinión formada de que el aspecto científico - natural de la Medicina es el único valedero para la investigación y evaluación. Además, la Medicina actual se basa en una concepción estrecha y parcial del mundo, incapaz de comprender la totalidad del ser humano.
La investigación psicosomática realiza grandes esfuerzos a fin de evidenciar la importancia de la vida anímica en los procesos patológicos pero, debido al predominio de conceptos provenientes de las ciencias naturales, a lo sumo se llega, por ejemplo, a que la psicoterapia opere paralelamente a la Medicina interna; esto ta­bién es una expresión de la especialización.
Así se evidencia, cada vez, más una desproporción dentro de la evolución de la Medicina. Por un lado se ha logrado aumentar la expectativa de vida del ser humano; sin embargo, se comprenderá fácilmente que esto ha de llegar a un límite. Por otro lado, la prolongación de la vida no va acompañada de un mejor estado de salud; por el contrario, es un hecho indiscutible que el hombre, en general, está cada vez mas enfermo. Lo confirman, por ejemplo, el evidente debilitamiento progresivo de la constitución tísica de los niños en edad escolar; el aumento generalizado de las patologías del tejido de sostén; la debilidad de los tejidos conjuntivos, con sus secuelas; los daños en la columna vertebral; el constante aumento de las cifras relativas a casi todas las enfermedades crónicas o degenerativas; sin dejar de mencionar el continuo incremento del consumo de medicamentos, etc.
Todo esto obliga a poner en duda la meta fundamental del camino emprendido. Frecuentemente, la aplicación de los medicamentos no responde a un objetivo de curación real, sino que tiende a obtener un rápido efecto visible, sin tener en cuenta la conveniencia y, con ello, el sentido de un síntoma patológico.
Enfermedad y curación
La enfermedad afecta al ser humano en su totalidad. Un efecto corporal puede producirle dolores, esto es, una vivencia anímica; a la inversa un shock psíquico, un susto, puede producir reacciones físicas, e incluso conducir a la muerte. Estas reacciones, que por ser agudas, son fácilmente visibles, también tienen lugar en afecciones de menor intensidad, pero de mayor incidencia. Es cierto que, actualmente, se reconocen influencias psíquicas que conducen a enfermedades corporales y viceversa; pero estos conocimientos no bastan para captar en su totalidad el problema "enfermedad" y su significado para el ser humano.
La Medicina de nuestro tiempo se basa en las ciencias naturales, pero la enfermedad no es un problema de estas ciencias. Por lo tanto, es comprensible que aún no se hayan solucionado estos problemas esenciales. "Si bien la Medicina actual se basa en los cuadros clínicos, ella no ha sido capaz de dar una definición satisfactoria y generalizada acerca de qué es realmente la enfermedad y qué es lo que ha de considerarse como tal". Arthur Jores. Berna 1961
El concepto de enfermedad y el problema del significado de un síntoma patológico no son especulaciones teóricas, sino que tienen una eminente importancia práctica. Según el extenso conocimiento antropológico que forma la base de la imagen antroposófica del ser humano, existen dos grandes grupos de enfermedades polarmente opuestos, vale decir que se mantienen recíprocamente en equilibrio. Por un lado, están las enfermedades inflamatorias altamente febriles y, por el otro lado, las enfermedades escleróticas, a las que, también, pertenecen el cáncer y la diabetes. Por ser polarmente opuestos, estos dos grupos también pueden neutralizarse mutuamente, encontrándose en un permanente interjuego, a modo de balanza. El descenso de un lado de la misma puede estar condicionado por un sobrepeso en ese mismo lado pero, también, por falta de contrapeso en el lado opuesto. Así también, una enfermedad o un síntoma recién se comprenderá correctamente si se analiza la irregularidad correspondiente, bajo el aspecto del antagonismo. Empero, el hombre moderno está acostumbrado a pensar en forma lineal, es decir, de tal modo que un hecho va surgiendo y evolucionando a partir de otro y, así, las diferentes etapas y ramificaciones ya no tienen, para él, ningún contacto entre sí.
El enfoque polar, tal como ya había sido enfáticamente apoyado por Goethe, significa que de un origen se han desarrollado dos formas opuestas, las que sólo son comprensibles en su conjunto, es decir, que una no podría existir ni interpretarse sin la otra. Lo mismo puede decirse con respecto a las referidas tendencias polares en las enfermedades inflamatorias y escleróticas.
Vamos a dar un ejemplo aclaratorio. El hecho de que las inflamaciones y los tumores estén relacionados, ya ha sido constatado, en el pasado, por muchos investigadores, llegándose casi siempre a la conclusión de que existe cierto antagonismo, es decir, los dos polos se contraponen. Se ha comprobado que raras veces se nota la tendencia a inflamaciones en las personas con cáncer y que tales enfermos presentan una cierta inmunidad contra determinadas enfermedades infecciosas; sobre todo se observó que, en los contados casos de curación espontánea de cáncer, ésta se produjo después de una enfermedad altamente febril.
Si la correlación entre los estados de inflamación y cáncer ya se conoce desde hace tiempo, sin que esto haya tenido consecuencias prácticas, ello se debe, por un lado, a la falta del concepto de polaridad que permitiría la plena comprensión de este fenómeno; por otra parte, no se le da la debida importancia a la fiebre como factor integrante de la inflamación. Según las investigaciones del premio Nobel francés Lwoff, la inmunidad contra una infección virósica depende mucho más de la temperatura del organismo que de las reacciones humorales o celulares. Los estudios, realizados al respecto, demostraron que en casos de virosis la administración de antipiréticos resulta sumamente inadecuada, ya que el descenso de la temperatura lleva a una mayor multiplicación de los virus, a un aumento de las lesiones y a una mayor mortalidad. Estas investigaciones confirman, en forma experimental, la veracidad de la teoría de la polaridad antes mencionada, sin que por ello tales resultados se hayan tomado en cuenta para la práctica.
El citado enfoque polar del acontecer patogenético puede conducir a conclusiones fecundas para la patología y la terapéutica, corno así también a la noción de que la salud no radica en la ausencia de tendencias inflamatorias o escleróticas del organismo, sino en un equilibrio entre estas dos fuerzas polares.
A través del concepto de la relación salud - enfermedad, se reconoce que hay dos grupos polares de enfermedades que, hasta cierto grado, pueden compensarse mutuamente, es decir que una enfermedad puede curar la otra. Esta comprobación quizá pueda resultar algo chocante, teniendo en cuenta el esfuerzo que realiza el ser humano para evitar todo tipo de enfermedades. Con todo, no se trata de fenómenos totalmente desconocidos. El sabio griego Parménides exclamó: *Dadme una sustancia para producir fiebre, y yo curaré cualquier enfermedad". Ciertamente, hoy en día, podernos provocar fiebre, pero sin poder curar con ello todas las enfermedades. De todos modos, la referida sentencia encierra una sabiduría con respecto a la fuerza curativa de la fiebre, que si bien ha sido redescubierta en nuestros tiempos, aún no se la reconoce en su pleno significado. En tal sentido ha de interpretarse el hecho de que en los pocos casos de curación espontánea del cáncer; es decir sin la intervención del médico, esa curación se debió a la aparición de una enfermedad altamente febril (erisipela, en la mayoría de los casos).
Lo expuesto también significa que la supresión de una enfermedad puede favorecer el desarrollo de otra y, así, lo que de ello resulta es de gran importancia puesto que, en ciertas circunstancias, implica la posibilidad de evitar una enfermedad grave mediante otra mucho más leve (por ejemplo, aplicando una vacuna, lo que en cierto modo equivale a una "pequeña enfermedad"). También puede darse el caso contrario, o sea que al suprimir una enfermedad leve se favorezca la aparición de otra más grave. Hoy en día se utilizan todas las posibilidades terapéuticas factibles, sin tener en cuenta que, bajo ciertas condiciones, una enfermedad aguda e innocua puede ser un intento del organismo de evitar una grave dolencia crónica e, incluso, una afección mortal. Naturalmente, habrá que tomar en consideración el tipo de enfermedad de que se trata en cada caso. Este es un campo amplio que reviste gran significación. A veces un "inexplicable" aumento de determinadas enfermedades podría comprenderse y solucionarse mejor mediante el estudio de otras enfermedades.
Otra consecuencia, que surge de este concepto fundamental sobre la salud y la enfermedad, es que las mencionadas tendencias a la inflamación y la esclerosis son condiciones inmanentes a la organización humana y que, sin estas tendencias, el hombre no podría vivir sanamente. Esa tendencia al endurecimiento es tan necesaria como la de disolución ya que, sin los procesos de endurecimiento, el hombre no tendría huesos ni dientes. Por otra parte, si en el organismo humano no hubiera disoluciones, relacionadas con la posibilidad de inflamaciones, éste no podría crecer ni regenerar sus tejidos, puesto que no sería capaz de eliminar las sustancias viejas; y, así, el hombre estaría constantemente enfermo a causa de los "residuos".
Otro aspecto, que se deduce de lo expuesto, consiste en que la capacidad de enfermarse pertenece a la esencia misma del hombre e, incluso, puede significarle una importante ayuda. Vemos pues, que la enfermedad adquiere un significado que, hoy en día, básicamente se le niega. La enfermedad constituye el extremo de una tendencia imprescindible dentro del organismo humano, tendencia que tiene el significado y la misión de conducir al hombre a la comprensión de sí mismo, y así posibilitarle su existencia humana en un sentido más alto.
"Si no pudiéramos enfermarnos tampoco seríamos seres espirituales. Lo somos por tener en nosotros la posibilidad de enfermarnos. Lo que debe darse siempre en el pensar, sentir y querer, en la enfermedad, se manifiesta de una manera anómala." Rudolph Steiner
La naturaleza de la curación
Todos hemos observado, alguna vez, el proceso más simple de la curación. Supongamos que la epidermis haya sido lesionada y que presente un corte. Se procede a unir los bordes de la lesión y, después de algunos días, veremos que éstos se han "pegado" en cierta forma y que, luego, ya quedarán firmemente unidos; la herida cicatriza y se restablece la unidad del tejido.
En principio, ocurre lo mismo en el caso de una fractura. El hueso ha sido quebrado y, por lo tanto, la enfermedad, igual que en el caso anterior, consiste en una división o separación. La curación, en ambos casos, se basa en el restablecimiento del orden orgánico, en una nueva conexión de lo que había sido separado. Esta unión es más firme que antes de la lesión, lo cual es muy significativo.
Tal curación se produce "por sí sola", sin intervención externa, ya que coser una herida o aplicar un yeso, sólo crea las condiciones favorables, pero no produce la curación propiamente dicha. No obstante, ¡nada sería más absurdo que pensar que este proceso, tan complicado y tan sabio, se efectúa por sí solo y sin ser dirigido! Antes bien, en nuestro organismo, ha de haber un principio superior e invisible que rige, sabiamente, los procesos en cuestión. Indudablemente, todo guarda relación con las fuerzas de crecimiento, pero también, las trasciende; pues, si bien es cierto que tanto la epidermis, por una parte, como el hueso, por la otra, tienen que volver a unirse en función de las fuerzas de crecimiento, hay que admitir que crecimiento, por sí solo, no equivale a curación. Aquí, actúa el "médico interior", según las palabras de Paracelso. Es cierto que se sigue hablando de "fuerzas de autocuración", pero sin tener una clara noción de tal concepto.
¿De dónde obtiene, cada una de las células, la información sobre cuándo detener el crecimiento? Es que cada una de ellas ha de ser considerada no como aislada de las demás, sino como parte integrante e instrumento de todo el organismo. En última instancia, la curación se basa en un principio vital que actúa en todo el organismo y que, en en el curso del crecimiento, va transformando al conjunto de células no diferenciadas, en un organismo bien ordenado; el proceso de curación forma parte de las fuerzas vitales y de crecimiento que actúan en todo ser viviente. En la Ciencia Espiritual Antroposófica, este principio suprasensible de organización se denomina "cuerpo etéreo" o "cuerpo vital". La vida es de naturaleza suprasensible, vemos sus manifestaciones, pero no su verdadera esencia. Carecemos de órganos físicos capaces de percibir estos procesos vitales, como tampoco los poseemos para la percepción de las fuerzas de electricidad y magnetismo que pertenecen al dominio de lo infrasensible.
Antiguamente, se conocía exactamente la diferencia entre la función curativa del organismo y la tarea del médico y se decía: "Medicus curat, natura sanat"; vale decir, el médico ayuda a crear las condiciones propicias, "cura", pero la naturaleza es la que "sana". (En algunos idiomas modernos ya no es posible expresar esta sutil e importante diferencia de las dos palabras, tan clara y precisa en latín).
Pero, ¿cómo es posible influir sobre estos procesos curativos? Después de tiempos muy remotos, el ser humano lo ha hecho o tratado de hacer en la medida en que su concepto de la vida humana lo permitía. ¿Qué posibilidades existen para saber si una planta o una sustancia tiene la capacidad de ejercer un efecto curativo y cuáles de sus propiedades aseguran este efecto?
Los distintos métodos para hallar sustancias curativas
Tanto históricamente como por la finalidad y el método podemos hablar de cuatro maneras distintas de búsqueda de substancias curativas.
1. Medicina popular y naturista
En tiempos antiguos, todos los pueblos recurrían al uso metódico de hierbas medicinales para determinadas dolencias. ¿Cómo llegaban aquellos hombres a descubrir las relaciones y afinidades entre la planta y la enfermedad, respectiva? Hoy se piensa que simplemente acertaron al azar. Si así hubiera sido ¡cuánto más fácil sería, ahora, detectar semejantes vínculos, desde que se dispone de diagnósticos y métodos de investigación mucho más exactos! Sin embargo, justamente los ensayos con los remedios modernos muestran las dificultades para reconocer realmente aquellas relaciones. No obstante, no se puede dudar de que las plantas poseen las fuerzas curativas que se les asignan. Hasta en nuestros días, muchos medicamentos, por ejemplo para enfermedades cardíacas, se elaboran mediante plantas que, desde hace siglos, se vienen empleando con idéntico fin; tales como Digitalis, Crataegus, Convallana Majalis, etc.; sólo que, en la actualidad, se suelen extraer las llamadas substancias activas que se enriquecen, concentran y estandarizan.
El ser humano de tiempos pasados también conocía todas las plantas de efecto estimulante, o sea, las que contienen cafeína; más, tanto no se logró encontrar una sola planta mediante análisis químico que contuviera cafeína, sin que tal propiedad no haya sido conocida ya anteriormente por la sabiduría popular. Igualmente, desde hace ya varios siglos, se conocen casi todos los vegetales estupefacientes y sería absurdo pensar que todo ha sido encontrado meramente "probando".
Indudablemente, las "curanderas" del pasado ignoraban por completo todo lo referente a métodos exactos de análisis químico; en cambio, poseían un estado de conciencia muy distinto: el encontrarse ante plantas de propiedades curativas les causaba una sensación similar a la que se experimenta por la enfermedad correspondiente; vivenciaban de forma inmediata la esencia de la planta y, con ello, su poder curativo. Esto es comparable al instinto de los animales que, generalmente, no comen las plantas tóxicas e, incluso, al enfermarse, saben encontrar las plantas curativas adecuadas. En su estado de conciencia opaca e instintiva, perciben la esencia de los vegetales y ésta les resulta repulsiva o atrayente.
En el pasado, existieron muchas personas con tales capacidades, pero éstas se perdieron a medida que surgía, en la época moderna, la conciencia más clara y más exacta, si bien la percepción antigua siguió conservándose en casos aislados. Actualmente, en cuanto a la medicina naturista, sólo puede hablarse de un método que se practica por tradición.
En el pasado, se preparaba la "esencia" con el fin de "asegurarse" la substancia activa de una planta medicinal; se la denominaba "esencia" por contener el "ser" del vegetal. Hoy por esencia se entiende un extracto alcohólico. Naturalmente, en tiempos pasados, se usaban substancias tóxicas, pero se sabía exactamente que lo decisivo reside en la dosificación y que la adecuada aplicación de los "venenos"era el arte y la tarea del médico.
2. Quimioterapia
Con el avance de la química también se buscó analizar los "componentes" de los vegetales para reproducirlos sintéticamente y modificarlos. Ante todo, se comenzó a analizar el efecto de las substancias sintéticas, anteriormente desconocidas. Debido a que, por supuesto, se ignoraba su efecto, tanto en los seres humanos como en los animales, fue necesario probarlas; primero, en experimentos en animales y, cuando se lograba aminorar la fiebre o la presión sanguínea con una substancia, se continuaba transformándola hasta hacerla relativamente tolerable por el ser humano. Siendo imposible predecir, aún en la actualidad, por la fórmula química de una substancia, todas sus propiedades activas, tampoco resulta factible conocer, de antemano, los efectos imprevistos sobre el ser humano que no se producen en el animal o sólo se dan en determinadas especies.
Esto no es cuestión de la exactitud del análisis o del experimento, sino que es inherente al procedimiento. ¡Valga de ejemplo el resultado catastrófico del Contergan! Esta substancia (la Talidomida) había sido debidamente examinada a través de experimentos en animales, antes de ser aplicada en el ser humano. A pesar de ello, en el ser humano se produjeron malformaciones que, sólo más tarde, pudieron constatarse en ciertos animales.
Para las substancias sintéticas, la mayoría de las cuales no existe en la naturaleza, no hay, aparte del experimento con animales, otro sistema para determinar sus efectos primarios o colaterales. De todos modos, puesto que existen diferencias esenciales entre el hombre y el animal, resulta problemático y limitadamente factible valerse de los resultados obtenidos por el experimento en animales para su aplicación en el hombre. ante todo, únicamente, pueden constatarse determinados efectos pero, de esta manera, no es posible llegar a una afirmación concreta con respecto a la curación.
3. Homeopatía
Alrededor del año 1790, el médico Samuel Hahnemann (1755 - 1843) desarrolló un procedimiento para hallar substancias terapéuticas que más tarde se conoció como homeopatía. El principio del "similia similibus curentur"; es decir, "lo semejante se cura por lo semejante", se basa en que determinadas substancias, como por ejemplo un extracto vegetal, provocan en el organismo humano determinados fenómenos correlativos, los cuales se parecen a ciertos cuadros patológicos. En el caso de una enfermedad, se pueden administrar entonces pequeñas dosis, altamente diluidas, de la substancia que, en el organismo sano, producirían aquel fenómeno y con ello se logrará la curación. Es por esta razón que, en la homeopatía, el cuadro patológico y el remedio a emplear son idénticos. Para el profesional experto esto significa que el diagnóstico le da a la vez la terapia; a partir de los síntomas, sabe que ellos corresponden a un determinado medicamento. No obstante, esta terapia no es, de modo alguno, una terapia sintomática, sino el método contrario, puesto que detrás de los síntomas se percibe la irregularidad como un todo, sin detenerse en aquéllos. El síntoma no es el punto de ataque sino, simplemente, el "leitmotiv".
El término homeopatía, actualmente, se emplea en general con respecto a los medicamentos que se elaboran según el procedimiento de dinamización. Sin embargo, el principio de la similitud, como fundamento esencial de la homeopatía, forma también la base de muchas otras medidas terapéuticas. Así, por ejemplo, con el fin de provocar una mejor circulación sanguínea en una pierna es dable colocar un lazo en ella, durante algún tiempo; al soltarlo según producirá, por reacción, una irrigación sanguínea más pronunciada que antes. Este procedimiento según debe a August Bier, conocido cirujano y vivaz promotor de la homeopatía, quien tenía plena conciencia del carácter homeopático de la citada medida.
En el fondo, igualmente pertenecen a la práctica homeopática, la estimuloterapia, como asimismo muchas medidas tomadas en procura de una reacción del individuo, las cuales implican pequeños esfuerzos adicionales, con la finalidad de activar al organismo, o sea, fortalecerlo al tener que sobreponerse a tales exigencias.
El remedio "adecuado" encontrado es del mismo nivel que el cuadro patológico, lo que significa que al organismo, justamente, según le administra su dolencia transformada en medicamento. Síntoma según le diera éste, en forma masiva, la enfermedad empeoraría; en cambio, en forma dinamizada, adecuadamente preparada, es apto para curar. Lo que según emplea, ya no es la substancia como tal, sino una fuerza activa. De esta manera, el organismo ?aprende? a dominar la enfermedad, a sobreponerse a lo que, justamente, equivale a las fuerzas faltantes.
Hahnemann pudo hacer su descubrimiento después de suministrarse a sí mismo, sin estar enfermo, corteza de quina, la que le hacía sentir frío 4en los pies y en la yema de los dedos; además de taquicardia, palpitaciones cardíacas y decaimiento general. Como él conocía muy bien este estado, equivalente a las manifestaciones de la fiebre intermitente, llegó a la conclusión de que el medicamento provoca un estado que, en otras ocasiones, se presentaría en la enfermedad. Por consiguiente, para combatir una enfermedad habría que aplicar la substancia que tiene la propiedad de provocar un estado exactamente igual, transformándola debidamente. Esto significa que según debe buscar la relación existente entre enfermedad y substancia lo cual, en la homeopatía, según logra mediante el ensayo en que según administra el medicamento al individuo sano.
De esta manera, en el curso de casi 200 años, según investigaron las propiedades curativas de cientos y cientos de vegetales, minerales y substancias animales tóxicas. Este procedimiento para hallar substancias curativas es uno de los artificios de la homeopatía; el otro, consiste en el método de procesarlas. Si el medicamento que corresponde a determinada enfermedad -o sea la substancia que produce aquel estado patológico- se aplicara en forma concentrada, ello conduciría a empeorar la enfermedad. El secreto de la homeopatía consiste en saber administrar justamente el medicamento que es capaz de provocar las manifestaciones de la enfermedad respectiva, pero no en forma substancial masiva sino preparado especialmente, "dinamizado".
¿Cómo se realiza ese proceso? Dicho de otro modo: ¿cómo se transforma en medicamento esa substancia?
El procedimiento para preparar la substancia o materia prima, por ejemplo, un mineral como el azufre; un extracto vegetal, como la belladona; o una substancia animal tóxica, fue llamado dinamización o potenciación por Hahnemann. Consiste en una dilución lograda agitando o triturando una parte de la substancia con nueve partes del medio (agua, alcohol o lactosa). Una parte de la mezcla obtenida se vuelve a diluir en nueve partes del medio y, así, sucesivamente. Quiere decir que la substancia se diluye repetidas veces en proporción 1:10 y el resultado será la dinamización decimal que se califica mediante la sigla D1, D2, D3, etc.
A la D1 corresponde la concentración del 10 %, D2 a la del 1 %, D3 a la del 0,1 %, D4 a la del 0,01%, etc.
Si para una parte de la substancia se emplean 99 partes del medio, resultará una dilución de 1:100, lo cual se llama dinamización centesimal y se designa con la sigla C (en Francia, se acostumbra usar potencias C; en Alemania, se da preferencia a las potencias D).
A Hahnemann, siendo médico con amplios conocimientos en las ciencias naturales, no le cabía duda de que lo decisivo reside, no en la "dilución", sino en la "dinamización"; y, por esta razón, habla de fuerzas dinámicas que influyen preponderantemente sobre el principio vital. La medicina homeopática desarrolla, especialmente, las fuerzas curativas espirituales, inmanentes a la substancia primaria. Lo decisivo no radica, pues, en las muy pocas moléculas de la materia prima que, eventualmente, aún pueden hallarse en la preparación, sino en que "la materia, por medio de esa dinamización, cada vez más elevada, se sutilice y se transforme, finalmente, en fuerza curativa de índole enteramente espiritual".
En el texto original se nota la dificultad con que tropieza Hahnemann para expresar estas ideas; no obstante, resulta claro que la cantidad insignificante de substancia primaria que aún pueda hallarse en la alta dinamización nada tiene que ver con la eficacia del remedio. Evidentemente, a Hahnemann le falta el concepto adecuado para describir correctamente lo que había encontrado. Se trata de fuerzas que actúan en le medicamento, no se substancias; él habla de "fuerzas de índole espiritual", vale decir que no son directamente espíritu pero, tampoco, substancia. Al hecho de liberar el espíritu lo llama dinamización, término que se podría interpretar como desarrollo de fuerzas.
Hahnemann estaba convencido de que lo decisivo no reside en la "dilución" sino que ésta es sólo el medio para alcanzar el fin: "Todos los días se oye decir que los medicamentos homeopáticos no son sino diluciones, cuando en realidad son lo contrario; esto es, transformación de las substancias naturales y manifestación, revelación de las fuerzas curativas específicas, inmanentes y ocultas dentro de su naturaleza íntima, lo que se obtiene mediante agitación y trituración, agregándose un medio meramente secundario y no medicinal; la sal común (cloruro de sodio), por ejemplo, desaparece en la dilución con agua, sin transformarse jamás en "medicamento de sal común"; sin embargo, se eleva a su poder maravilloso mediante nuestra dinamización cuidadosamente preparada".
Hahnemann describe el efecto en los siguientes términos: "No son los átomos físicos de estos remedios, altamente dinamizados, . . . sino . . . una fuerza curativa específica de la substancia primaria puesta al descubierto . . . que ejerce su efecto dinámico sobre todo el organismo, e incluso es tanto más eficaz cuanto más libre e inmaterial ha devenido a través de la dinamización".
Resulta pues que el medicamento homeopático no actúa directamente en sentido de una reacción molecular química, sino "de un modo espiritual"; influye sobre el principio vital en aquella región que gobierna las reacciones materiales. Dicho de otra manera: apela al organismo para que éste vivifique las fuerzas afectadas por la enfermedad. El medicamento homeopático no sustituye las reacciones corporales, como se intenta hacer mediante el método quimioterapéutico, sino que actúa sobre todo el organismo, quiere decir que a éste no le pasa por alto, sino que se lo incluye en el proceso curativo.
Existen ya muchísimos resultados de experimentos que comprueban irrefutablemente la eficacia de las substancias altamente dinamizadas, según el principio homeopático, no sólo en la medicina sino también en el crecimiento de plantas como asimismo en experimentos con animales, realizados según métodos estadísticos.
4. Medicamentos de la medicina de orientación antroposófica
Un nuevo concepto para la creación de medicamentos, totalmente independiente de los tres métodos precedentes, es el introducido por Rudolf Steiner. Se basa en la imagen amplia del ser humano que resulta de la investigación científico - espiritual de la Antroposofía
Una de las nociones fundamentales de la ciencia espiritual antroposófica nos revela que el hombre y la naturaleza pasaron por una evolución común, claramente visible, y que, por tal razón, existe un parentesco esencial y reconocible entre el ser humano y los reinos de la naturaleza. En el curso de la evolución conducente a la existencia humana, el antecesor del hombre ha desprendido de sí mismo, paso a paso, los reinos de la naturaleza. El conocimiento de este hecho pertenece al patrimonio más remoto de la humanidad, como lo evidencian las mitologías de todos los pueblos, y como también lo encontramos en los conceptos de Goethe, Oken, Carus y otros. Por la investigación de Rudolf Steiner se fundamentó este conocimiento de una manera moderna. Podemos estudiar la esencia de un vegetal, un animal o un mineral del mismo modo que la de un ser humano, procediendo de tal manera que, a través de sus manifestaciones, cualidades, etc., penetramos hasta el contenido espiritual subyacente en todo acontecer material. No existe materia alguna, y mucho menos substancia viva, sin espiritual intrínseca; ésta, a su vez, se halla diferenciada exactamente del mismo modo como la materia.
"Hemos de ir más allá del mero probar y experimentar que se practican para conocer las propiedades curativas de una substancia o de una preparación. Hay que comprender al organismo humano, según las condiciones de equilibrio de sus órganos, y hay que comprender la naturaleza, según las fuerzas inmanentes del crecimiento y la desintegración. Así, el arte de curar será algo que se basa en la comprensión y donde se emplea un medicamento no simplemente porque la estadística nos dice que, en tantos y tantos casos, ha sido eficaz, sino que la comprensión del ser humano y de la naturaleza nos enseña cómo, en el caso particular, será posible transformar el fenómeno natural dentro de una substancia natural en fuerza curativa para el órgano humano con respecto a las fuerzas anabólicas y catabólicas." (Rudolf Steiner)
Si estudiamos la naturaleza de esta manera, se nos revelarán relaciones entre determinados vegetales, minerales o metales, por una parte, y órganos y procesos humanos, por la otra; y, entonces, podremos preguntar, por ejemplo ¿cómo se explica que de un óvulo surjan órganos tan distintos? Es que la diferenciación se basa en impulsos diferentes, fuerzas activas suprasensibles que, también, se reconocen en la naturaleza. Son fuerzas que actúan en la esfera de la vida y que se denominan fuerzas formativas etéreas; tienen afinidad con las fuerzas de "índole espiritual" de Hahnemann. Cuando obran en el ser humano, se va formando un órgano; cuando actúan en la naturaleza surge un vegetal, un metal, un mineral. Ciertas relaciones eran conocidas en tiempos remotos y hasta la Edad Media: así, por ejemplo, la vinculación entre el oro y el corazón; entre el hierro y la vesícula biliar; pero también entre vegetales y órganos humanos, como la existente entre el diente de león y el hígado, etc.
Estos conocimientos se han perdido y, sólo, volverán a encontrarse de una manera nueva. Las relaciones encuentran su explicación en la historia de la evolución, ya que los órganos y las plantas o substancias correlacionadas se formaron en la misma época. Si bien el hombre se ha emancipado de la naturaleza, debido al proceso de individualización, mantiene, sin embargo, su parentesco con ella en condiciones bien visibles; como el microcosmos es una reproducción del macrocosmos.
En virtud del conocimiento de las fuerzas etéreas de la naturaleza y la relación correspondiente entre los procesos del cuerpo y los de la naturaleza, o bien, entre órganos humanos y substancias externas, es posible obtener efectos e éstas sobre aquéllos. De la misma manera es posible estimular los procesos vitales o curativos dentro del mismo organismo. En un órgano enfermo pueden activarse los procesos etéreos formativos, mediante las fuerzas activas de la naturaleza, como por ejemplo, las de una planta. Se sobreentiende que, al hablar de tales relaciones entre la naturaleza y el ser humano, sólo se hace referencia a substancias naturales; las sintéticas, si bien pueden ejercer un efecto muy intenso, no guardan aquella íntima relación, aquel parentesco con un organismo, con el ser humano. Es por esta razón que sus efectos, principalmente en cuanto a su amplitud (efectos secundarios) y profundidad (efectos tardíos), no pueden prestablecerse, sino únicamente constatarse a posteriori; por la misma razón, sólo es posible determinar sus efectos por medio del experimento en animales. Sin embargo, los resultados de tales experimentos no son, en principio, aplicables al hombre, sino cuando más en relación con ciertos síntomas.
Los medicamentos que corresponden a la relación entre la naturaleza y el hombre activan procesos fundamentales del organismo humano o de determinados órganos; actúan, no contra una inflamación, ciertas bacterias, etc., sino que influyen sobre un órgano o bien sobre la totalidad del organismo en cuanto a su función arquetípica. Un efecto semejante no resulta comprensible si se mira exclusivamente el órgano aislado, sino que surge de la consideración de todo el organismo.
Del mismo modo tampoco se comprenderá realmente el efecto de un vegetal, a través de una substancia activa elaborada, quizás en forma complicada, sino únicamente a través de la aproximación a la esencia de ese vegetal, esencia que por cierto encuentra su expresión hasta en la misma substancia.
La planta en sí es una unidad, un organismo; cada célula y cada parte de la substancia han sido formadas por este organismo y lo representan. Una substancia aislada ya no puede ser expresión de la totalidad, de lo esencial de una planta, pero sí lo puede ser un extracto correctamente elaborado, una "esencia" que aún contiene la naturaleza como tal, como ya se explicara anteriormente.
Empero, un medicamento tampoco se obtiene mediante la simple adición de dos o más substancias diferentes, pues es mucho más que la suma de substancias activas; es, en cambio, un organismo, una obra de arte; el farmacéutico lo debe conservar tal como la naturaleza lo ha creado, pero también puede completarlo mediante medidas apropiadas. En su preparación, hay que partir de la unidad orgánica, no de las "componentes".
Nuevos caminos en la preparación de los medicamentos
A los procedimientos farmacéuticos conocidos en la actualidad, como por ejemplo la extracción, la decocción, etc., se suman diversos métodos destinados a liberar las substancias primarias (minerales, vegetales, órganos o substancias animales tóxicas), hacer utilizables sus fuerzas y acercarlas a los procesos del organismo humano. Los procedimientos que sólo cuentan con los procesos materiales de la "concentración" o "aislación de las substancias activas" pueden complementarse mediante métodos que se orientan hacia la dinámica y las fuerzas activas de un vegetal.
Desde tiempos antiguos se utilizan distintos niveles de calor para liberar las fuerzas curativas de los vegetales. Así, por ejemplo, resultará favorable una extracción en frío (maceración) cuando se trata de plantas frescas; las raíces secas y las cortezas, en cambio, requieren la decocción. Pero lo importante no son sólo las substancias que "componen" la planta y el "rendimiento" a obtener, sino que, según la manera de hacer la preparación, se logrará el efecto específico correspondiente a los sistemas de órganos del ser humano. Esto se consigue principalmente mediante procesos térmicos más pronunciados, tales como el tostar, incinerar y carbonizar. En realidad, se trata de procesos alquímicos sólo comprensibles si se tienen en cuenta los fundamentos trascendentes. La ceniza, por ejemplo, no es simplemente una combinación de distintas sales, sino un conjunto se substancias que han pasado por un determinado proceso. La respiración constituye el proceso correlativo en el organismo humano; en ella tiene lugar algo parecido a una combustión y es por ello que, mediante una preparación cinérea, se puede actuar sobre los procesos respectivos en el organismo humano, principalmente, el sistema respiratorio y los pulmones.
De tal manera los distintos procesos térmicos permiten emplear adecuadamente las preparaciones vegetales con relación a las funciones orgánicas correspondientes.
Uno de los procedimientos farmacéuticos, basados en las indicaciones dadas por Rudolf Steiner, consiste en la transformación de un mineral o un metal a través de los cultivos de plantas. En ellos se emplean abonos de sales de los respectivos metales y, más tarde, se procede a transformar en abono la planta de tal cultivo. Así no sólo se logra activar los metales, esto es acercarlos a los procesos vitales, sino que ello también permite emplearlos como "metales vegetabilizados" para los órganos que guardan relación con la planta respectiva. Entre las especialidades de esta índole figuran: Ferrum per Urticam, Stannum per Cichorium, etc. La selección de las plantas a usar, también, se sujeta a su relación específica con el metal respectivo.
La ortiga posee un porcentaje relativamente grande de hierro; pero esto no es .lo decisivo. Mucho más importante es la función que tiene que cumplir la substancia dentro de la planta. Podría tratarse, por ejemplo, de un sedimento o sea de substancia agregada, sin valor alguno para el metabolismo o para el uso terapéutico. Para averiguarlo se requiere un estudio de la esencia de la planta en cuestión. Entonces, se verá que la ortiga, efectivamente, tiene la capacidad de valerse del hierro de una manera particularmente ?hábil?: no sólo lo incorpora substancialmente, sino que lo lleva a un estado apropiado a sus impulsos ya que es una planta totalmente modelada por la naturaleza del hierro; así se explica su carácter ardiente y agresivo, expresión del impulso marcial Marte-Hierro.
El hierro cumple muchas funciones en el organismo humano; una de ellas se refiere a la parte anabólica o formativa: para activarla se puede emplear el preparado Ferrum per Urticam. Sabido es que las distintas sales del hierro dan resultados muy diversos; cuanto más activo y transformado se halla el hierro, tanto más fácil lo asimila el organismo. No se trata simplemente del hierro como substancia, sino ante todo de la capacidad del organismo de valerse de él. En este sentido, la ortiga es de gran ayuda. Si ha sido cultivada con el agregado del hierro, precisamente se estimula en el organismo humano la capacidad de asimilarlo. Lo que importa, pues, no es el suministro material de hierro, sino el estímulo, la dinámica en el empleo de la substancia.
Pero también el proceso formativo de la vesícula biliar depende en gran parte del hierro. Pues bien ¿cómo se puede "ordenar" al hierro que no se oriente hacia la función anabólica, sino hacia el proceso biliar? Esto se logra mediante la planta medicinal, la cual a su vez se vincula con la bilis, como por ejemplo el Chelidonium. Cultivándola adecuadamente con empleo del hierro, la fuerza de éste se orientará hacia el proceso formativo de la vesícula biliar. La especialidad medicinal respectiva es: Ferrum per Chelidonium.
El proceso formativo del hígado depende de un modo peculiar de las fuerzas del estaño, si bien éstas pueden actuar de diversas maneras. También en este caso es posible dirigirlas mediante una planta medicinal: el Diente de León. Esta planta tiene gran influencia sobre aquel proceso y el efecto será más favorable si, en su cultivo, se emplea el estaño. La especialidad medicinal correspondiente es Stannum per Taraxacum.
Sobre la etapa "posterior" de los procesos hepáticos se puede influir mediante la Achicoria, cuyo ciclo vegetativo, a diferencia del ciclo del Diente de León, culmina hacia el otoño; sus flores son amarillas en lugar de azules. Tales "signos" tienen su importancia, pero es cuestión de desarrollar las facultades para saber interpretarlos. Juzgar por analogía diciendo, por ejemplo, que las hojas en forma de corazón son lo indicado para el corazón y las reniformes para los riñones, etc., sólo evidenciaría una falta absoluta de discernimiento. Antes bien, se trata de guiarse por esos fenómenos a fin de formarse una imagen de la naturaleza de la planta en cuestión y de encontrar su relación con el organismo humano. De esta manera, empleando la especialidad medicinal respectiva: Stannum per Cichorium, es posible estimular, no tanto las fuerzas anabólicas, sino más bien el proceso de secreción hepática.
En muchos casos, aunque no siempre, la medicina de orientación antroposófica suele emplear la dinamización en el sentido de lo indicado por Hahnemann. El hecho de que esta última no se emplea en la farmacéutica corriente de nuestros días, se explica porque se suele pensar en términos de la química, lo que no permite comprender la eficacia de métodos diferentes.
Si la medicina actual rechaza el empleo de los medicamentos elaborados por alta dinamización, los cuales, eventualmente ni una molécula de la substancia primaria, lo hace debido al prejuicio de que algo que no sea substancia material no puede producir efecto alguno. Es que el concepto actual de substancia no permite comprender el fenómeno de la dinamización porque no ve la relación concreta entre el espíritu y la materia. Si bien se justifica que el hombre moderno quiera comprender lo que hace, su modo de actuar no debería limitarse por las posibilidades individuales de comprensión. Antes bien, el hombre moderno, principalmente el investigador, debería formarse sus conceptos en concordancia con la realidad.
Por medio de experiencias relativamente sencillas es posible convencerse del resultado, a veces sorprendente, de remedios de alta dinamización. Semejantes resultados, perdurables en la mayoría de los casos, vale decir de curación efectiva, no se pueden lograr mediante ningún otro medicamento o procedimiento. Es un aspecto trágico de la medicina actual que ella, en forma consciente y total, rechaza la aplicación de estos medicamentos en detrimento del enfermo.
Sin duda es absolutamente necesario que estos medicamentos se empleen mediante la indicación correcta; de otro modo, no darán ningún resultado, lo que, en el fondo, es válido para todos los medicamentos. El efecto será tanto más evidente, como asimismo más rápido, cuanto más exacta sea la relación correspondiente. El organismo será entonces directamente receptivo o específicamente sensitivo para con el medicamento. Pero en ello también reside la dificultad de la correcta aplicación, la que deberá hacerse en concordancia con el cuadro terapéutico homeopático o la imagen esencial que se obtiene a través del estudio científico - espiritual. Naturalmente, si un medicamento de relación específica con el organismo femenino, especialmente durante el climaterio, se "prueba" (como se ha hecho) en hombres jóvenes, es fácil "demostrar" su ineficacia. Esta "prueba", bastante parcial de un medicamento homeopático, muestra el prejuicio con que se tocan estos problemas, en la creencia de que todo puede juzgarse desde el propio punto de vista; pero, en realidad, se trata de un grotesco desacierto de un investigador calificado en su propia especialidad.
La medicina de orientación antroposófica conduce a una ampliación del arte de curar con inclusión de todo lo ya existente y empleándolo sobre la base del conocimiento de su relación con el ser humano pero también renunciando a esto o aquello, precisamente debido al mismo conocimiento. Empero, la indicación y la aplicación de un medicamento se dan, no por similitud del efecto de la substancia con el cuadro patológico, como en la homeopatía, sino en base a la imagen esencial que resulta del estudio de la substancia y del vegetal, así como del proceso patológico.